Qué injusta es la vida…

Acabo de hablar con José Carlos… Su padre, Toño, murió la semana pasada cuando un camión le pasó por encima. Su hijo y su mujer, Hilda, estaban delante, mientras él ayudaba a reparar el coche de aquél. Los tres son de las mejores personas que he conocido. Había estado años sin verlos, y la penúltima vez que fui a España, en Septiembre del año pasado, vi a los tres. Toño, como siempre, sonriendo, y alegrando. Ellos me invitaban cuando era pequeño a su casa en Graus. Allí tenían piscina y una habitación repletita de playmobils, que me parecía lo más cercano al paraíso. En su casa en Barbastro tenían, alucina, el plus, y fue allí, con ellos, donde pasé una semana mientras mi hermano estaba casi muriéndose entre Barbastro y Zaragoza durante la Semana Santa del 92.

En su casa fue la primera vez donde me bañé solo, sin que mi madre me estuviera teniendo que limpiar como niño retrasadito que era, y fue allí donde vi la final donde el Barcelona ganó la primera Copa de Europa, en Londres contra la Sampdoria. Fue José Carlos, el más alto de la clase, quién siempre defendió a un tontín como yo, y mientras estuvo viviendo en Barbastro fue uno de mis mejores, sino el mejor, de mis amigos. De verdad que siento lo que ha pasado.

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